Lima es escenario de contrastes. Foto: Roberto Suárez

Como casi todas las capitales latinoamericanas, Lima es un escenario de contrastes donde coexisten grandes torres postmodernas, de vidrio y acero, junto a centenarias edificaciones coloniales.

Así sucede con la Torre del Banco de la Nación, un encristalado inmueble de 30 pisos que domina la altura limeña.

Sin embargo, la belleza de la modernidad queda opacada por la hermosura del Palacio Francés o Edificio Rímac, también conocido como Casa Ruselver, que tiene más de cien años y se ha convertido en una atracción de la ciudad.

En lo que hoy es el Perú que conocemos estuvo la sede del gigantesco Virreinato instalado por la Corona Española para controlar a casi toda Sudamérica.

Aquella riqueza expoliada por España dejó una huella en Lima, pero también marcó la diferencia que se aprecia entre una riqueza opulenta y una miseria desorbitada.

Pobreza Escondida

Foto: Roberto Suárez

Una de las trampas del neoliberalismo contemporáneo en Latinoamérica ha sido presentar una falsa imagen de prosperidad en casi todas las capitales de la región.

La arquitectura ha sido una herramienta de enmascaramiento de la pobreza, una máscara de acero y vidrio cuyos reflejos impiden ver una realidad dolorosa.

Es abrumador el contraste entre los cerros limeños y la exhuberante arquetectura de acero y vidrio del centro de la capital. Peor aún es el muro que los separa.

En Lima, donde viven casi 10 millones de personas, es decir la tercera parte de la población peruana, los edificios altos casi ocultan la precariedad de los barrios más humildes, que están ubicados sobre las faldas de los cercanos cerros.

Y es que hoy el 20 por ciento de los peruanos, según cifras oficiales, vive en la pobreza, aunque de ese porcentaje poco más de un millón de personas se considera en pobreza extrema.

Ese es el país que acoge la VIII Cumbre de Las Américas, cuyo tema central es la Gobernabilidad democrática frente a la corrupción.

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