La Habana, Cuba. – Treinta días pueden ser muy pocos o parecer una eternidad. Todo depende de las circunstancias en que se viva ese mes.

Si estamos de vacaciones, seguro pasa como un pestañazo, pero si como sucede ahora vivimos bajo una amenaza mortal, los días parecen siglos.

Hoy hace un mes que en el país aparecieron los primeros casos del nuevo coronavirus. Desde entonces nuestra cotidianidad se alteró hasta lo impensado, en una guerra extraña, donde no hay fusiles, ni cañones, ni misiles, pero hay dolorosas bajas, los soldados no visten de verde y los héroes son anónimos.

El gobierno, y la sociedad toda, han tenido que asumir un Plan de contingencia para enfrentar a un enemigo invisible, pero capaz de atacar por cualquier flanco con resultados desastrosos desde China hasta el más remoto punto del planeta y sin creer en sexo, edad o color de la piel.

Lo que se comprueba

En estos 30 días hemos comprobado que tenemos un gobierno sólido, transparente y calificado para salvar nuestras vidas y reorganizar el país en circunstancias extremas.

También que el personal de salud es quizás el más consagrado, porque se arriesga por el prójimo desde una innegable vocación de servicio, la misma con que se han ido adonde ha hecho falta, como siempre sucede, porque los cubanos compartimos lo que tenemos, no lo que nos sobra.

Hemos aprendido a unirnos en un agradecido aplauso nocturno que es para los médicos, pero también para nosotros mismos.

Se ha ratificado lo que ya sabíamos, que el bloqueo es un genocidio cruel que no nos va a perdonar nunca la osadía de ser diferentes. Y a su pesar, hemos reiterado que aquí se lucha día a día por la vida.

Para eso ha servido este mes.