Cada vez hay menos cubanos que hayan vivido sin bloqueo. En una espiral demográfica que por ahora parece imparable, cada día crece la cifra de quienes han tenido y tendrán la vida marcada por las carencias derivadas de una hostilidad impuesta por Estados Unidos a Cuba desde hace más de medio siglo.

El cerco lo estableció el presidente John F. Kennedy al firmar, el 3 de febrero de 1962, el decreto presidencial 3447 prohibió la importación a Estados Unidos de los productos cubanos y de todas las mercancías desde o a través de la isla.

No obstante, y para que no queden dudas de que sabía lo que se avecinaba, antes de firmar el decreto, Kennedy envió a un asistente a comprar un buen lote de tabacos cubanos, quizás los últimos que entraron legalmente a territorio norteamericano.

Un par de años antes había sido suspendida la venta a Cuba de productos estadounidenses y más anteriormente había cesado la entrega de petróleo, además de que se había reducido drásticamente la cuota azucarera que cada año Estados Unidos compraba en la isla.

La hostilidad era y aún es manifiesta, por eso a lo largo de casi medio siglo, Washington trata de escamotear la verdad y se ha empeñado en llamar embargo al bloqueo económico, financiero y comercial impuesto a Cuba.

La mentira del embargo

Se conoce como embargo la forma judicial de retener bienes para asegurar el cumplimiento de una obligación contraída legítimamente. Puede ser también una medida precautoria de carácter patrimonial autorizada por juez, tribunal o autoridad competente con igual propósito de hacer cumplir al deudor sus compromisos con sus acreedores.

Sin embargo, Cuba ni es deudora, ni ha cometido delito que autorice el secuestro y liquidación de sus bienes a favor de Estados Unidos. Entonces, el embargo es sólo un eufemismo para encubrir un acto de guerra, como aseguraba la desaparecida jurista Olga Miranda, una experta cubana en ese tema.

Así, en el empeño por acabar con la Revolución Cubana, Washington apeló al más férreo bloqueo que conozca la historia contemporánea y desechó incluso sus propias tradiciones en la aceptación del derecho internacional.

La obsesión con Cuba provocó la amnesia de las autoridades norteamericanas que olvidaron que en 1916 advirtieron a Francia que “Estados Unidos no reconoce a ninguna potencia extranjera el derecho de poner obstáculos al ejercicio de los derechos comerciales de los países no interesados, recurriendo al bloqueo cuando no exista estado de guerra”.

Desde la Conferencia Naval de Londres, en 1909, es un principio aceptado en el derecho internacional que el bloqueo es un acto de guerra, por lo que sólo es posible su empleo entre beligerantes.

No existe, por otra parte, norma internacional que justifique el llamado bloqueo pacífico, una práctica de las potencias coloniales del Siglo XIX y de principios del pasado.

Bloquear significa incomunicar con el exterior, obstruir el paso, impedir el funcionamiento normal de algo o entorpecer la realización de un proceso, sinónimos todos que se pueden aplicar a la actitud agresiva que aún mantiene Washington hacia La Habana.

La Casa Blanca emplea la figura del embargo para no reconocer que nos aplica medidas de tiempo de guerra, sin declarar legalmente la beligerancia contra el pueblo cubano, al que trata de someter por la fuerza para vengarse del atrevimiento de intentar un ordenamiento social diferente.

Rechazo mundial

Por eso, con paciencia y constancia asiática, Cuba lleva más de 20 años denunciando en Naciones Unidas las infaustas consecuencias de casi medio siglo de bloqueo de Estados Unidos.

En 1991, La Habana presentó por primera vez una resolución de condena en la ONU, pero la retiró al tomar en cuenta las presiones estadounidenses sobre muchos países, incluidos algunos muy dependientes económicamente de Washington.

Al año siguiente, la diplomacia cubana volvió a la carga, ahora con éxito rotundo y logra una condena a ese cerco, que es una guerra económica, financiera y comercial, aunque las decisiones adoptadas por la Asamblea General no son vinculantes, es decir no son de obligatorio cumplimiento.

Cuba ha resistido el embate de un tupido entramado legal, en el que sobresalen, entre otras disposiciones, las Leyes Torricelli y Helms-Burton, y precisamente esa resistencia despertó la admiración y solidaridad de casi todo el planeta.

El asombro inicial, convertido después en respaldo, explica los resultados de las votaciones en Naciones Unidas de la resolución que cada año presenta La Habana para condenar la hostilidad de Washington.

Un obstáculo entre La Habana y Washington

Ahora, a punto de entregar el poder en enero próximo, Barack Obama tiene la oportunidad de pasar a la historia como el primer presidente norteamericano que comenzó a desmantelar ese cerco que sigue siendo un muro infranqueable levantado entre los 150 kilómetros de mar que separan a ambas naciones.

Aunque ese cerco está armado sobre un complicado entramado legal, que en última instancia solo puede ser levantado por el Congreso, hay cosas que se pueden hacer en el Despacho Oval de la Casa Blanca para mostrar un poco menos de hostilidad hacia Cuba.

Hay facultades ejecutivas que permitirían al presidente de Estados Unidos convertir al bloqueo en un inmenso queso, agujereado y sin mucho contenido.

Terminar la persecución financiera contra Cuba o permitir la exportación directa de productos norteamericanos a La Habana son dos de esas posibilidades. También permitir la venta en territorio estadounidense de productos cubanos líderes como ron, tabaco o medicamentos biotecnológicos. O eliminar la prohibición de entrada a puertos norteamericanos durante 180 días de los barcos que transportan mercancías a Cuba.

Esas son solo algunas de las medidas que día a día están sobre la mesa de trabajo de Obama, un presidente que, en relación con Cuba, aún tiene tiempo de hacer mucho más para asegurarse un puesto en la historia.

Mientras ese momento llega, seis generaciones, o sea más del 70 por ciento de los 11,2 millones de cubanos, han nacido y vivido bajo los efectos de la más flagrante y masiva violación de los derechos humanos de un pueblo, simbolizada en el muro que Washington ha levantado en las aguas del Golfo de México.