Podría creerse que el hombre que exclama “Yo alzaré el mundo”, anda transido de la fervorosa retórica de su tiempo romántico. Pero José Martí ha vivido en el norte de América, donde ha conocido el alma despectiva del rubio conquistador, y también ha andado entre los pueblos mestizos del sur, cuyas energías y debilidades ha escrutado con la pasión del que quiere mejorar a sus hermanos.

El hombre que se propone levantar el mundo entre sus brazos de pensador, siente que trae una misión: impedir a tiempo el ímpetu voraz con que Estados Unidos se propone a abalanzarse sobre nuestras tierras de América.

Liberar a Cuba y Puerto Rico para detener a Washington, era la contribución mayor que José Martí se disponía a hacer al mundo para alzarlo.

Al salvarse, salva

A la posición geográfica de Cuba como llave del Golfo, en la confluencia entre las dos grandes extensiones del continente, concedió Martí importancia decisiva en la contención de los ímpetus imperialistas de Estados Unidos.

La isla, escribió Martí, está en el fiel de América, en el punto de equilibrio, y la independencia cubana vendría a hacer valedera esa condición para el mundo.

Como confiesa en una carta a su amigo Fermín Valdés Domínguez, lo urge una ansiosa agonía: el deseo de que se cumpla cuanto antes la liberación de su patria, para la cual se siente predestinado, y por cuya consecución se precipita en Dos Ríos hacia la muerte.

Cuba, al salvarse, salva, creyó Martí, y aún sigue siendo ese credo una perseverante premonición.