No es un secreto que  hace años, desde Washington se mira con temerosa ojeriza hacia Beijing. El sistemático crecimiento de China en todos los órdenes es visto como un peligro por Estados Unidos, que siente amenazado su papel imperial.

Claro que enfrentarse con los chinos a cañonazos, además de ser de muy mal gusto, es ahora una tarea peligrosa que compromete a cualquier adversario, más allá de los resultados de un eventual choque militar. Pero la economía es otra cosa y en ese campo China le dobla el brazo a los norteamericanos.

En la actualidad, el llamado Gigante asiático es el país que más aporta al crecimiento mundial, con el 31, 5 por ciento del Producto Bruto global.

Esa preponderancia convierte a China en un elemento conductor de la economía planetaria y asusta a Estados Unidos, y particularmente al impredecible presidente Trump.

Intercambio de golpes

El choque arrancó en marzo, cuando Trump trató de contrarrestar el potencial económico de China con un recorte al superávit en el intercambio de bienes y servicios, que favorece al país asiático.

Para alcanzar ese objetivo, la Casa Blanca impuso gravámenes a las importaciones chinas por 50 mil millones de dólares. Beijing, que hace gala de paciencia, pero no está cruzado de brazos, respondió con aranceles equivalentes para más de 600 productos estadounidenses.

Ahora, todos siguen con preocupación cada escaramuza de esta guerra entre las dos economías más importantes del mundo, porque en un planeta tan interconectado de seguro tendrá repercusiones en otras geografías.

Y ya sabemos que siempre, en las broncas entre grandes, salen perdiendo los más chiquitos.