La Habana, Cuba.- Próximo a su investidura como presidente estadounidense, Donald Trump, ha tenido más de un mal gesto con relación a China.

Primero, sostuvo una larga conversación con las autoridades de Taiwán que se interpretó como un desafío a la política de Beijing que considera ese espacio como parte indiscutible de la nación.

Además, son frecuentes sus alusiones a que el gigante asiático ha “empobrecido” y “entorpecido” la economía de Estados Unidos, y por tanto parecería llegada la hora de ser agresivos y recios en los vínculos bilaterales.

De todas formas, para algunos analistas, una cosa es hablar a partir de una experiencia como magnate del sector especulativo inmobiliario, y otra es dirigir un país, algo que requiere de hacer política, se supone que con seriedad, responsabilidad y objetividad.

Lo que sí y lo que no

Y ciertamente, Donald Trump no tendrá otra alternativa que ser cuidadoso a la hora de tratar con China, el mayor acreedor de los Estados Unidos y su más importante proveedor de insumos.

El nuevo Presidente ha hablado de elevar los aranceles a los productos chinos, pero pasa por alto que, primero, muchos de ellos vienen de sucursales estadounidenses radicadas en China, y segundo que, a más altos aranceles más encarecimiento de los insumos en el mercado interno norteamericano, por tanto mayor afectación al poder adquisitivo de los consumidores locales.

Además, China remite a los Estados Unidos suministros claves para las industrias de ese país, y su encarecimiento implicaría también más desembolsos para los productores.

En fin, que no todo se reduce a las bravatas.