Ilustración de un taíno en el ritual de la cohoba

Perdido en la bruma de la historia está aquel día de noviembre de 1492 cuando el español Rodrigo de Jerez y el judío converso Luis de Torres vieron a unos indígenas fumando unas hojas secas que desprendían una peculiar fragancia.

En lo que después sería Cuba, los dos fisgones aprendieron y adquirieron de los nativos aquel hábito de absorber la cohoba, una costumbre que increíblemente a partir de ese momento se expandiría por todo el planeta y serviría para darle mayor relumbre a este país.

Esa es la historia, pura y simple, del renombrado tabaco cubano, ese que ahora protagoniza el XX Festival del Habano, una singular reunión organizada cada año por Habanos Ese A, una exitosa empresa mixta entre la estatal Cubatabaco y Altadis, filial franco-alemana de la multinacional británica Imperial Tobacco.

Un producto global

En Cuba se cosecha tabaco en varias provincias, pero es en Pinar del Río donde se dan las mejores hojas, en especial en Vueltabajo, considerado como el corazón de la región tabacalera del país y de donde sale casi el 70 por ciento de la producción nacional.

El más conocido de los vegueros cubanos, el fallecido Alejandro Robaina, estimaba que el secreto de la fama alcanzada por el tabaco cubano radica en tener una buena tierra y mimarla.

Sin embargo, para tener un buen habano no basta con poseer las mejores tierras, el agua ideal y una estirpe de experimentados campesinos, sino que además se necesitan las manos expertas de los torcedores, verdaderos artesanos del tabaco.

Por eso, el Festival que comenzó ayer es una manera de honrar la creación colectiva de un producto cubano de proyección global, que salió de Vueltabajo para el mundo.