Fue José Martí tal vez quien primero avizoró la necesidad de abrir un mundo nuevo para lo que él llamó Nuestra América, un haz de países que crecía bajo la mirada, torva y golosa, de Estados Unidos. Ya Simón Bolívar había empujado con la fuerza de su espada la roca colonial en el continente.

Sin embargo, aquel esfuerzo colosal estaba amenazado por el naciente imperialismo norteamericano y en Cuba, El Apóstol esperaba “un combate mortal con la colonia organizada, con la tácita ayuda de un vecino astuto”.

Desde que salió por primera vez de la isla, deportado en enero de 1871, Martí trabó rápido conocimiento de la realidad latinoamericana. Fue un conocimiento fundado en estancias más o menos largas en 9 países de la región y en la representación en Nueva York de los consulados de Uruguay, Paraguay y Argentina.

La aguda mirada martiana

“Por Cuba va a cuajar la emancipación de América”, proclamó Martí en carta a Federico Henríquez y Carvajal, en julio de 1894 desde la Meca del capitalismo moderno.

Y desde allá, desde la fría Nueva York, el Apóstol fue testigo privilegiado de una época en la que Estados Unidos experimentó tremendas convulsiones sociales, fruto de la violenta explotación de la clase obrera por un capitalismo que pugnaba por la plenitud.

“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”, escribió después para ilustrar sobre su conocimiento de los entretelones de la sociedad norteamericana. Fue en esas pútridas entrañas, donde se acrisoló la posición antimperialista martiana y nació la decisión de impedir que “los Estados Unidos caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

Etiquetas: - - -