Las dos torres del World Trade Center neoyorquino eran antorchas humeantes. Sendas columnas de humo negro anunciaban, en macabra premonición, el inicio de una de las etapas más cruentas de la historia humana. “La guerra contra el terrorismo” nacía de los escombros de dos edificios convertidos después en irónico memorial.

De aquel acto suicida, que hace 15 años estremeció el corazón del capitalismo mundial en Nueva York y Washington, la derecha norteamericana, con W. Bush y compañía al frente, sacó un combate al terrorismo que pasó a ser el centro de la política exterior e interior de Estados Unidos.

En un discurso en la Academia militar de West Point, en junio de 2002, Bush avisó que Washington lanzaría ataques preventivos y sorpresivos contra “60 y más oscuros rincones del mundo” para defender la seguridad nacional.

Las invasiones a Afganistán e Iraq, con la justificación de liquidar a Al Qaeda, cobraron miles de víctimas y lejos de lograr su objetivo  parieron un terrorismo de nuevo tipo fraccionado en decenas de pequeñas organizaciones que se extendieron por todo el mundo árabe hasta conformar lo que hoy se conoce como Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés).

Ni siquiera el gobierno demócrata que después ocupó la Casa Blanca con Barack Obama abandonó el asiento ideológico de los que los académicos han calificado hoy como Guerra asimétrica.

Bajo la presidencia de Obama, prosiguió la ocupación militar del territorio afgano e iraquí, y de una u otra manera Estados Unido se involucró en Libia y ahora en Siria, donde una extraña guerra une a antiguos enemigos para tratar de parar el avance del ISIS.

Primero la eliminación de Bin Laden, en una operación militar anunciada a bombo y platillos, y después los ataques selectivos con drones contra los líderes del llamado terrorismo islámico, cuyas víctimas inocentes son cuantiosas, conforman ahora la realidad de un mundo que lejos de acercarse a la paz, se hace cada día más inseguro.

París, Londres, Bruselas, Madrid, Bombay, Túnez, Islamabad…resulta casi interminable la lista de ciudades donde han tenido lugar cruentos atentados terroristas en la década y media transcurrida tras el 11 de septiembre de 2001.

Víctima del terrorismo de Estado casi desde el triunfo mismo de la Revolución verdeolivo, Cuba sabe bien del alto costo humano y económico de las agresiones alentadas, organizadas y financiadas desde el exterior con el mismo carácter terrorista que hoy se pretende combatir.

Dolorosos recordatorios son los 3.478 cubanos muertos durante los últimos 57 años por esas acciones agresivas, incluidas la invasión de Playa Girón, y todos los actos terroristas que ha sufrido el país, originados en Estados Unidos.

“En la lucha contra el terrorismo a escala mundial con la que estamos comprometidos a participar junto a la Organización de Naciones Unidas y el resto de la comunidad internacional, nos asiste toda la autoridad moral necesaria y el derecho a reclamar que cese el terrorismo contra Cuba. La guerra económica a que ha sido sometido nuestro pueblo (…), una acción genocida y brutal, también debe cesar”, decía Fidel en octubre de 2001.

El líder cubano alertaba entonces también sobre la necesidad de buscar las causas de las grandes tragedias humanas, guerras y otras calamidades que pudieron tal vez evitarse, y llamaba a la búsqueda de caminos que lleven a la erradicación real y duradera del terrorismo, un flagelo que no tiene geografías y que no puede ser combatido solo con la violencia.

Es fácil comprender que en estos 15 años la estrategia contra el terrorismo ha sido fallida y lejos de apagarlos, se han avivado los fuegos de una hoguera que se multiplica casi por las cuatro esquinas del planeta.

Aunque el 11 de septiembre de 2001 marcó a sangre y fuego la realidad contemporánea, otros 11 de septiembre también dejaron una huella cruenta como en 1973, cuando ocurrió el golpe de estado que derrocó al presidente chileno Salvador Allende.

Resulta como mínimo irónico que Estados Unidos, que alentó y respaldó la asonada contra Allende, que contra Cuba aún mantiene una política hostil, que en los últimos cien años ha sido el principal protagonista del terrorismo de estado, sea hoy el paladín de un combate cuasi planetario contra el terrorismo.

Lo único cierto y palpable es que esa guerra solo ha generado una espiral de violencia, con miles de víctimas mortales y millones de desplazados, los refugiados que hoy inundan a Europa huyendo de un mundo violento que solo ha generado más violencia.