Poco después de las tres de la madrugada de aquel 28 de mayo de 1957, la columna rebelde al mando de Fidel alcanzó el punto conocido por Agua Hedionda, aproximadamente a kilómetro y medio al oeste del cuartel del Uvero, llano costero situado en la vertiente sur de la Sierra Maestra, objetivo de los combatientes.

De acuerdo con el plan de ataque, a cada uno de los oficiales le fue asignada una misión.

Según el plan, se realizaría un movimiento envolvente sobre las postas y el cuartel, desde las tres direcciones posibles, descontando el mar.

Guillermo García, segundo al mando del pelotón manejaba una ametralladora trípode. La misión oficial de este grupo era dominar la posta uno y apoyar luego el ataque al cuartel.

Aprendiendo a vencer

Por aquellos días de mayo de 1957, diversos motivos hacían que Fidel considerara impostergable atacar algún objetivo militar del régimen, entre ellos, la necesidad de probar a una tropa que ya estaba preparada.

El ataque al Uvero lo posibilitó. Transcurridos cerca de tres horas de fiero combate, los soldados se rindieron.

La euforia por el triunfo se mezclaba con la pesadumbre por la pérdida de valiosos compañeros, entre ellos Julito Díaz, expedicionario del Granma y Emiliano (Nano) Díaz.

Como resultado de la victoria del Uvero se ocuparon gran cantidad de armas y pertrechos, algo muy valorado por Fidel, quien expresó años después: “…Habíamos aprendido a hacer la guerra, habíamos aprendido a ser invencibles, ¡habíamos aprendido a vencer!”.