Carilda Oliver Labra, poetisa cubana y Premio Nacional de Literatura.

Carilda Oliver Labra, poetisa cubana y Premio Nacional de Literatura.

La Habana, Cuba.- Autora de unos 40 libros, entre ellos Al Sur de mi garganta, Desaparece el polvo y Se me ha perdido un hombre, la poetisa cubana Carilda Oliver Labra trasciende el tiempo por su amor a la occidental provincia de Matanzas y el “Canto a Fidel” que con emoción desgrana verso a verso.

Siempre tierna y lúcida, rodeada del amor de su esposo Raidel Hernández y el cariño del pueblo, conversa con Radio Reloj sobre aquellos versos.

Afirma que no sabe a ciencia cierta si fue valiente al escribirlos, pero salieron con firmeza, energía, sin prever que iban a pasar tantos años de lucha y de fuerza increíble, tanto de Fidel como del pueblo, para preservar la Revolución.

El Canto nació luego de conocer que el jefe rebelde estaba vivo, subió en un zapato a la Sierra Maestra y se dio a conocer al mundo en Radio Rebelde.

Carilda y su canto rebelde

En marzo de 1957, en la Calzada de Tirry, en Matanzas,  una joven escribe un poema con el que le canta a un hombre sin pensar en sus versos. A casi 60 años, Carilda Oliver Labra honra a Fidel en sus 90 cuando rememora que fue Julián Alemán quien lo graba y luego lo leen amigos como Manolo García, Herácleo Lazco, Julio Font, Mario Argenter, Ricardo Vázquez, Juan Esnard, Hugo Ania y Hernández Milián.

Al pasar los meses, el capitán René Pacheco le confirma que lo escuchó en la Sierra Maestra, pero en verdad se publicó por primera vez en el periódico “El Imparcial”, de Matanzas, cuando Fidel llegó a la ciudad en la Caravana de la Victoria.

Carilda reafirma que a Fidel es imposible enmarcarlo en versos y accede a regalarnos con proverbial emoción el Canto rebelde que le dedicara.

Me emociona

Carilda Oliver Labra lee con voz clara y sin titubeos su “Canto a Fidel”:

No voy a nombrar a Oriente,
no voy a nombrar la Sierra,
no voy a nombrar la guerra
–penosa luz diferente–,
no voy a nombrar la frente,
la frente sin un cordel,
la frente para el laurel,
la frente de plomo y uva:
voy a nombrar toda Cuba:
voy a nombrar a Fidel.

Ése que para en la tierra
aunque la luna lo hinca,
ese de sangre que brinca
y esperanza que se aferra;
ese clavel en la guerra,
ese que en valor se baña,
ese que allá en la montaña
es un tigre repetido
y dondequiera ha crecido
como si fuese de caña.

Ese Fidel insurrecto
respetado por las piñas,
novio de todas las niñas
que tienen el sueño recto.
Ese Fidel –sol directo
sobre el café y las palmeras–;
ese Fidel con ojeras
vigilante en el Turquino
como un ciclón repentino,
como un montón de banderas.

Por su insomnio y sus pesares
por su puño que no veis,
por su amor al veintiséis,
por todos sus malestares,
por su paso entre espinares
de tarde y de madrugada,
por la sangre del Moncada
y por la lágrima aquella
que habrá dejado una estrella
en su pupila guardada.

Por el botón sin coser
que le falta sobre el pecho,
por su barba, por su lecho
sin sábana ni mujer
y hasta por su amanecer
con gallos tibios de horror
yo empuño también mi honor
y le sigo a la batalla
en este verso que estalla
como granada de amor.

Gracias por ser de verdad,
gracias por hacernos hombres,
gracias por cuidar los nombres
que tiene la libertad.

Gracias por tu dignidad,
gracias por tu rifle fiel,
por tu pluma y tu papel,
por tu ingle de varón.
Gracias por tu corazón.
Gracias por todo, Fidel.

 

 

 

 

 

 

 

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