La Habana, Cuba.- La historia recoge que el dieciséis de octubre de 1868, Máximo Gómez se incorporó al Ejército Libertador con el grado de Sargento. Recuérdese que el Generalísimo había combatido desde los diecinueve años en su tierra natal, Santo Domingo, contra los invasores haitianos, y que llegó a alcanzar el grado de Comandante.

Fue debido a su experiencia que muy pronto comenzó a destacarse en el adiestramiento de los cubanos enseñándoles sus tácticas guerrilleras y el uso del machete. Se dice que en la manigua cubana el valor y el arrojo de Máximo Gómez fueron decisivos para lograr la organización de los jóvenes soldados.

También se cuenta que a veces hubiera podido parecer que deseaba dar la imagen de que nadie era ni más estricto ni más valiente que él. Sin embargo, era capaz de admirar a sus soldados.

La valentía siempre

Se dice que ante el Generalísimo Máximo Gómez la valentía atenuaba siempre alguna indisciplina cuando no se tratara de un crimen. También se ha dicho que su indiferencia ante el fuego, su audacia y su serena compostura frente a los muchos incidentes acaecidos durante la larga campaña libertadora, alcanzaron gran fama en la manigua de Cuba.

El General Enrique Loynaz del Castillo, en emotivas palabras, hubo de destacar el valor del Generalísimo: sus cabellos más blancos que el humo de los fusiles, a vanguardia siempre, nos señalaba en el combate el camino del honor.

Máximo Gómez fue herido varias veces y no faltaron las ocasiones en que las balas atravesaron sus ropas y su sombrero. Se cuenta que era usual que en una misma campaña le mataran varios de los caballos en los que, como un rayo, se lanzaba al combate.

Muestras de su honradez

Durante la azarosa campaña de la guerra de los diez años, iniciada el diez de octubre de 1868  por Carlos Manuel de Céspedes, el Generalísimo manejó los fondos a él confiados con total honradez. Sin embargo, fue frente al General Arsenio Martínez Campo, cuando se hizo más notable la honradez de Máximo Gómez.

Se cuenta que el veintisiete de febrero de 1868, en Vista Hermosa, Camagüey, se entrevistaron Gómez, vestido de harapos, y Martínez Campo lustroso y flamante. Pida, pida por esa boca porque, excepto la mitra del Arzobispo, todo se lo puedo dar, dijo el General español.

Al negarse Gómez a aceptar el dinero y Martínez Campos referirse entonces a su ropa, el Generalísimo expresaría que no cambiaba por dinero sus andrajos que constituían su orgullo.

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