La Habana, Cuba. – José Martí apremia siempre a los cubanos de cada tiempo. Tanta es su grandeza. Hay que volver constantemente a él, adentrarse en su obra, la que empezó a forjar desde su adolescencia cuando conoció de cerca el drama de la esclavitud, sufrió los rigores del presidio político y fue obligado al destierro.

La redención de su Patria fue el sentido de su vida a pesar de angustias, sacrificios y dolores. A ella se consagró en cuerpo y alma.

En mi tierra, lo que haya de ser será: y el puesto más difícil, y que exija desinterés mayor, ese será el mío, confió al mexicano Manuel Mercado en carta desde Nueva York.

¡Cuánta humildad en aquel hombre que en sublime entrega jamás halló descanso, ni supo de vacilaciones ni acomodos! Martí aún sacude las entendederas.

Nos alerta de acechanzas y desmemorias. Nos alecciona sobre ética y amores irrenunciables a esta tierra.

Utilidad de la virtud

El proyecto emancipador de José Martí quedó inconcluso, pero se reanudó en el año del centenario del Apóstol, cuando jóvenes liderados por Fidel ofrendaron sangre y derrocharon coraje para acabar con tanta afrenta.

Y ya con los destinos de la Patria en sus manos asumieron su responsabilidad histórica para echar a andar un país en medio de constantes tormentas por la voracidad del vecino imperial.

Aquellas generaciones fueron entrelazándose con otras, en garantía de continuidad y confianza en las virtudes de este pueblo. Honraron a Martí los asaltantes del Moncada, los guerrilleros de la Sierra, los héroes de la clandestinidad, los vencedores en Girón, los alfabetizadores, los combatientes en África.

Honran a Martí los jóvenes que ahora mismo luchan por la vida en Cuba y otros países, y los que acompañan a la Revolución para hacerla aún mejor y más vigorosa.