Culiacán, México. Pintar a través de frases e ideas las esencias de un país puede ser ocupación titánica y siempre imperfecta. Se necesita de mucha inspiración y otras artes, para retratar esos imprescindibles destellos, que formarán para siempre parte de nuestros más íntimos recuerdos.
Uno de esos monólogos naturales, que bien valen un gracias a la vida, pues curan las heridas del día y el alma, es el jardín botánico de Culiacán.
Pertrechado y robustecido por más de 1000 especies de plantas, la inmensa mayoría exóticas, ese oasis natural es como un feliz verso, donde cada frase enamora y resuena en una parte de nuestra memoria más atrevida.
Pensado y gestado a la realidad por Carlos Murillo Depraect, un ingeniero civil de profesión que contrajo nupcias con la botánica, ese respiro natural se ha convertido en símbolo de la ciudad de Culiacán por la importante colección de plantas que adquirió Carlos en sus muchos viajes por el mundo.
Las singular combinación de colores de la impresionante vegetación desata un parlamento visual tan encendido que uno podría pensar que navega por una buena literatura a la que sólo le falta la firma de nuestra aprobación.
Sobre la marcha, una mujer madura acaricia un hermoso y afilado cactus. Su espinosa respuesta hace que sangre uno de sus dedos, sin embargo la acción también le cura. Mientras limpia su pulgar izquierdo lanza un suspiro delatando la infinita fragilidad que nos acompaña.
Sonríe la dama y lanza una verborrea tan filosófica, que la inmensa mayoría de nosotros podríamos reconstruir aseverando que tal vez todos moriremos de una forma tan ignorada y habitual como la hoja de un viejo árbol bajo el viento de noviembre.
La coreografía única e inigualable de ese bastión natural y verde llamado jardín botánico de Culiacán, vuelve a robar la atención de todos los visitantes.
Baila con todos mientras nos recuerda que el amor y la belleza son como una sinfonía de violín capaz de mostrarnos suavemente y en su propio lenguaje, el lirismo de una naturaleza que debemos cortejar y resguardar para siempre, sin importar nuestra procedencia.