Treinta mil 240minutos, o 504 horas, o mejor 21 días. Ese es el tiempo transcurrido desde el asalto a tiros contra nuestra embajada en Washington, sin que la Administración Trump abriera la boca ni para decir Mú.

Es como si aquellos 32 disparos nunca hubieran existido o fueran apenas fuegos artificiales de los que tanto lanzan allá los 4 de julio.

Olímpicamente, Estados Unidos ignora su deber de comunicarse e informar oficialmente sobre la investigación a Cuba, algo que establecen de manera clara los convenios internacionales que han firmado ambos países.

Y que no vengan a decir que es un antojo cubano, porque está claro que cada país es responsable de la seguridad del personal y las legaciones diplomáticas extranjeras acreditadas en su territorio.

Miradas desde Cuba

Viendo todo desde esta orilla, hay que recordar que Cuba ofreció una pronta y amplia cooperación, reconocida incluso por el FBI, cuando diplomáticos estadounidenses alegaron problemas de salud en La Habana.

Mucho antes, alertó de acciones terroristas contra objetivos norteamericanos cuando avisó de un complot para liquidar nada menos que a Ronald Reagan, un enconado adversario de la Revolución Cubana.

Por otro lado, nuestros representantes han sido blanco de un buen número de actos terroristas, que incluso han costado once vidas al personal del servicio exterior cubano.

No es pedir mucho, porque se trata de una mínima expresión de decoro, pero Cuba merece cuando menos información sobre el curso de las investigaciones y que la Administración Trump deje de guardar un silencio sospechoso.