La Habana, Cuba. – Ensalzada como una panacea universal y modelo bueno para todos, la democracia estadounidense entró al Siglo XXI con síntomas de crisis.

Aunque es cierto que es un patrón aceptado por las leyes estadounidenses, el hecho de que la elección presidencial sea de segundo grado ha generado críticas y hasta rechazos.

En el año 2000, la victoria de George W. Bush  sobre el demócrata Al Gore fue la primera señal en esta centuria de que algo estaba funcionando mal.

Por primera vez en este siglo, el voto de la gente no sirvió para llegar hasta la Casa Blanca y en unos confusos comicios, decididos en la Florida, el Tribunal Supremo colocó al menor de los Bush en la butaca del Despacho Oval.

Hubo críticas y revuelo, pero nadie imaginó que lo peor llegaría 16  años después cuando un díscolo magnate de manera inesperada se coló en la presidencia. 

Una presidencia escandalosa

Desde la elección misma, la entrada triunfal de Donald Trump en la Casa Blanca fue un escándalo.

El hecho de que sacara menos votos populares que su rival Hillary Clinton marcó lo que vendría.

Muy rápido, el presidente estadounidense se creyó por encima de las leyes e incluso del elemental raciocinio. La falta de principios, el voluntarismo y las mentiras caracterizaron a una administración que no obstante logró una elevada aceptación política.

Las falsedades alcanzarían un alto nivel con las elecciones en las que perdió ante Joe Biden, lo que desató una sarta de acusaciones de fraude, sin prueba alguna.

La apoteosis llegaría con el asalto trumpista al Capitolio para un golpe legislativo, muestra irrefutable de la crisis de una democracia pretendidamente ejemplar, que en realidad anda apuntalada para evitar el derrumbe.