La Habana, Cuba. – Como en los buenos tiempos en que Washington desembarcaba personeros y tropas en América Latina y el Caribe para sumar cipayos, ahora el gobierno de Donald Trump vuelve a similares correrías con iguales propósitos.

La intención es clara y forma parte de todo un programa de dominación. Primero, la labor injerencista ha apuntado a promover cambios reaccionarios en nuestra área geográfica apostando al derrumbe, por varios métodos, de los gobiernos progresistas surgidos en la zona en los últimos decenios.

Al mismo tiempo, ha procurado incentivar el papel hemisférico de entidades domesticadas como la Organización de Estados Americanos (OEA), en franca contraposición a los esfuerzos convergentes que en años recientes dieron origen a la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC).

Blancos evidentes

Ciertamente, no caben dudas de que para sus relaciones con el Sur inmediato, el Washington trumpista ha retomado los principios expansionistas que postula desde siglos pasados, y que disponen que desde Alaska a la Patagonia, el poder de la gran potencia capitalista ha de ser omnímodo e intocable.

Eso explica la pretendida limpieza política en nuestras naciones para instituir gobiernos títeres y débiles.

No queda detrás la hostilidad sin límites ni cuartel contra los que aún resisten a pie firme las andanadas de agresiones armadas, cercos económicos, presiones diplomáticas y sanciones de toda naturaleza.

Se trata de retornar la historia regional a contrapelo de las aspiraciones de pueblos ajenos e históricamente vapuleados por los poderosos, para explotarles más y mejor.

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