La Habana, Cuba. – Como era de esperar, la profunda trasformación que vive la economía del país ha sacado a flote viejos lastres que complicaban la eficiencia.

En ese sentido, los nuevos precios de bienes y servicios han desatado miles de opiniones entre la población, que ahora demanda mayor calidad en lo que adquiere. Y no le falta razón a la gente. El pan, ese humilde pero socorrido alimento, es quizás el mejor ejemplo de una deformación que ahora hay que resolver.

Con un precio anterior de apenas 0):05 centavos, el pan normado prácticamente se regalaba porque recibía un subsidio millonario del presupuesto estatal por el alto costo de la harina. Claro que en muchos lugares, casi como una regularidad, ese producto es francamente tan malo que muchas personas ni siquiera lo compran o le dan destinos menos nobles que la alimentación humana.

Un viejo problema

La mala calidad no es solo un feo atributo de la confección del pan. Los cubanos chocamos a diario con productos mal elaborados o con servicios deficientes, incluso en entidades que trabajan fuera de la sombrilla estatal.

Es un viejo problema que ha sido reflejado hasta la saciedad por los medios y que ya en los años 80 llegó al cine de la mano del recién desaparecido realizador Enrique Colina, con los documentales Estética y Chapucerías, por solo citar dos de una amplia filmografía crítica.

Ahora las cosas deben comenzar a cambiar, porque rescatar la calidad en todos los sectores es uno de los efectos colaterales del ordenamiento.

Ese será otro de los buenos resultados que se esperan de la más profunda de las transformaciones que ha experimentado la economía nacional en el último medio siglo.