La Habana, Cuba. El diálogo, la conversación, y hasta la negociación, parecen ser ahora asuntos que los cubanos acabamos de descubrir y que algunos quieren convertir en el centro del universo.

Claro que el diálogo social no es un asunto menor, sobre todo si involucra a la mayoría comprometida con el proyecto de nación que queremos, pero también hay tareas de gran envergadura que no pueden dejarse a un lado, porque impactan en la vida de todos y en el futuro del país.

En primer lugar, tras la aprobación de la nueva Constitución, hay que continuar desarrollando el cuerpo legal que le dará sustento práctico a la Carta Magna.

Al mismo tiempo, prosigue una transformación económica que va mucho más allá que la simple eliminación del cuc y que tiene la mira puesta en la añorada eficiencia que abra el camino a la necesaria prosperidad.

Con quién dialogar

En el maremágnum de tareas en marcha, la unidad en la diversidad y alrededor de la idea del mejoramiento de la Patria, tienen que primar a pesar de una agresión externa que difícilmente acabe.

Pero en esa interacción hay límites. Quien trae para Cuba un proyecto antinacional, con ese no puede haber diálogo. Quien es un asalariado al servicio de una potencia extranjera, con ese tampoco puede haberlo.

Quien irrespeta los sagrados símbolos patrios, que ni se asome. Solo cabe aquel que desde un sentido patriótico quiere contribuir al futuro de una nación soberana.

No habrá conciliación plena, porque el sueño afiebrado de una Cuba capitalista es antagónico al proyecto de una Cuba socialista, pero habrá debate e intercambio de ideas con quienes asuman la aspiración de Cintio Vitier de tener un parlamento en la trinchera.