Foto: @RubenRemigioCU

Vivimos tiempos extrañamente extraordinarios. Son tiempos insólitos que demuestran la vulnerabilidad de la especie humana.

Nada es igual hoy a como era ayer. El planeta parece haberse ido de su eje de rotación y todo se mueve de manera diferente.

La gente se aísla por obligación, y disciplina y solidaridad pasan a ser las palabras de orden. Asistimos entonces al florecimiento de lo mejor del ser humano y también de las más bajas apetencias.

Mientras unos se entregan a los demás, incluso a riesgo de la vida, otros se convierten en lobos de sus congéneres, sin importarles nada más allá de su propio provecho.

Y aparecen los desalmados de siempre que quieren hacer dinero con la desgracia ajena y meten las manos en lo que no les corresponde. Y como vivimos momentos extraordinarios, la ley también se aplica de modo extraordinario.

Castigar a los desalmado

La Carta Magna cubana es clara en el sentido de que el derecho individual está limitado por los derechos de los demás, la seguridad colectiva, el bienestar general, el respeto al orden público, a la Constitución y a las leyes.

El Código Penal establece delitos como malversación, actividades económicas ilícitas, especulación y acaparamiento, además de propagación de epidemias, desobediencia y resistencia, entre otros, que pueden aplicarse ahora.

Todas esas figuras delictivas tienen un marco sancionador que establece penas mínimas y máximas. Y en días difíciles la ley tiene que ser sumaria y dura, bien dura, para castigar a quienes tratan de enriquecerse a costa de los demás o ponen en riesgo a todos.

No puede temblar la mano al impartir justicia ante delitos siempre vergonzosos, pero imperdonables en estos tiempos de pandemia.